sábado, 23 de marzo de 2024

Córdoba se vuelca con la Virgen de los Dolores y con la Paz y Esperanza


El cielo, plomizo y desagradable, por el polvo en suspensión, con el que ha despertado esta extraña primavera que nos va a regalar una Semana Santa de llanto e incertidumbre, no ha logrado hacer claudicar al constante ir y venir de personas que se han dado cita en los alrededores de la Plaza de Capuchinos, anuncio inconfundible de que un nuevo e intenso Viernes de Dolores se volvió a apoderarse de Córdoba. La plaza que atesora en su joyero a las dos mayores devociones marianas de la ciudad, con permiso de Las Angustias, es testigo del amor imperecedero de los cordobeses a la Virgen de los Dolores ante la que millas de devotos acuden cada año para postrarse en señal de agradecimiento. Una marea de corazones, ávidos de amor, contemplan a la Señora, más majestuosa que nunca.

En la plaza, hasta las palomas revolotean nerviosas ante la presencia humana que cada vez es más numerosa. Largas colas se entremezclan entre San Jacinto y el Santo Ángel. Corrillos de personas, algunas incluso llegadas de lejos, que cada año se dan cita en la plaza, donde los temas de actualidad centran la conversación. La escalinata del convento nos lleva a contemplar la paz más pura. La Esperanza más humana. Una mirada basta para comprender que Ella, como Madre, sufre. Nosotros, como hijos, pedimos perdón por fallar, pero a la vez damos gracias por todos los hechos concedidos en este año tan complica para todos.

La Señora de la Paz y Esperanza sale al encuentro de Córdoba para transmitirnos serenidad, Calma, Paciencia. Sale a nuestro encuentro para pedirnos humildad. Humildad en nuestro quehacer diario. Paciencia para soportar la cruz de la vida. En la Casa de Enfrente, Ella, emperatriz cordobesa, que nos anuncia que de nuevo estamos ante una nueva Semana Santa, extraña y huérfana de la tranquilidad con la que siempre soñamos vivirla, pero Semana Santa al fin y al cabo.

Una semana en la que debemos reflexionar sobre como, por nuestra ambición humana, nos alejamos más de Dios. Dos maneras diferentes de presentar al mundo a la Madre del Salvador. La representación del dolor infinito de una Madre a la que han robado su teroso más preciado, aquello que más quería, desolada y envuelta en llanto. Y la Blanca Paloma de Capuchinos, la belleza juvenil de Martínez Cerrillo, la dulcísima Niña que consuela con su caricia al mundo entero, sediento más que nunca de Paz. Dos caras de la misma moneda. Dos formas de materializar el amor a la Madre de Dios.

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